Tenía mi banda preferida: “Los Watermelons”.  Me llenaba de adrenalina saber que iba a llegar el viernes

Que conviviría con  todos mis camaradas para ir a alguna tocada, ya sea para tocar nosotros Los Watermelons, o escuchar a otras bandas en vivo.

Era realmente alucinante pararse en el escenario con unas copas encima, sentía que todo lo podía, no me hacía falta nada, decía que podía morir en paz en ese momento pues me sentía pleno, lo tenía todo; el dinero suficiente para satisfacer la bebida, ya que compraba alcohol del más barato con el dinero de mis padres.

Todavía estaba yo en la universidad. A los 24 años todavía no tomaba todos los fines de semana, era como una vez al mes, sin embargo paulatinamente  lo fui logrando, hasta que eran todos los viernes y sábados sin falta.

Eso era realmente divertido, podía rifarme tiros y ganar, podía ligar, agasajar y tener relaciones sexuales con quien yo quisiera. Hacia ejercicio, estaba joven, me veía bastante bien, o al menos eso creía. Estaba en  la cima de la felicidad, pero no sabía que gran parte de esa  era falsa, el alcohol me hacía hacer cosas que no hubiese podido sin él.

Alcoholizado tenía el valor suficiente para hablarle a alguna chica,  poder dar un show completamente desinhibido, poseído por la euforia del alcohol que presta al inicio, para en un futuro cobrar las cuentas. Así fueron algunos años con un sinfín de aventuras sin problema alguno, hasta que advertí que estaban cercanos mis treinta años. Entonces como buen irresponsable, esperanzado a que los padres me solucionaran todo, me salí de trabajar. Me encontraba dando clases en una prepa técnica, disfrutándolo demasiado porque era el profe sexy, no obstante yo quería aprovechar los últimos meses que me quedaban de juventud.  Estando sin trabajar un año, me dediqué de lleno al desmadre,  la música, la irresponsabilidad,  la bebida y  la marihuana.

A mediados de mis veintinueve años comencé a andar con una chica diez años menor que yo. Claramente se  veía  estaba desequilibrada emocionalmente igual que yo.  Era una potencial alcohólica drogadicta, adicta al sexo y  la codependencia. Actualmente  vive con uno de mis camaradas de peda. Es adicta a la cocaína. En esos tiempos principié a tomar entre semana, también a fumar marihuana.

Había iniciado otra banda de rock con uno de mis amigos (hoy sobrio y limpio). Era ya un intento desesperado por mantener la felicidad que sentía a mis veinte, pues mi banda anterior había llegado a su fin, quería recuperar  toda esa emoción, toda esa parte de mi vida que realmente fue espectacular, pero que desgraciadamente me llevó a volverme un alcohólico.

A partir de esa edad, a los treinta años, con una banda mediocre de rock, una novia igual o más loca que yo, sin trabajo, despertándome a las tres de la tarde, durmiéndome a las cinco de la mañana, completamente marihuano y borracho, perdía lo poco de disciplina que me quedaba, entrando en un círculo vicioso totalmente destructivo.

Ya no tenía ninguna responsabilidad, mi única meta en el día era esperar la noche, drogarme y embriagarme con mi novia. Los fines de semana  hacia lo mismo que mis años pasados, pero más desenfrenado e irreverente. Divirtiéndome al extremo con poco dinero, que obtenía a mis treinta años como un parasito de mi hermana y mis padres; comiendo gratis, disfrutando de un techo del cual no cooperé en nada.

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