Afortunadamente o desafortunadamente, a los 30 años entré a trabajar a una institución donde me iba nada mal  económicamente, me sentía bastante bien  como profesional ejerciendo

Pensaba que con un trabajo bien remunerado y estable , lograría  armonía emocional, sin embargo, vivir solo  en mi propio departamento, con dinero suficiente, propició no tener ninguna restricción, podía hacer lo que  quería. Los primeros años de trabajar en esa institución estatal, llegué a tomar diario también, aunque muy moderadamente, porque si me excedía era probable que al otro día no fuera a trabajar. Esperaba con ansias los fines de semana para echar fiesta al por mayor, sin mediocridades, a divertirme a lo grande. Me agradaba ir a fiestas, a bares, a bailes,  tocadas, y a frecuentar amigos que en realidad no eran, a excepción de unos pocos.  ¿Acaso las amistades se me estaban acabando poco a poco, a causa de mis desfiguros, mis deslealtades, niñerías y actitudes malacopa?

Así transcurrieron unos años en los que la cruda moral era un verdugo. Me hacía sentir mal, ansioso, el hecho de tener lagunas mentales cada vez más frecuentes, motivo por el que mi ansiedad era sumamente desesperante al siguiente día.

A veces quisiera recordar situaciones complicadas que me sucedieron durante la actividad alcohólica, pero no las recuerdo

Era un viacrucis tener que  despertarme los lunes por la mañana para  trabajar, porque la realidad es que andaba todavía en estado de ebriedad. Así me la llevé semana tras semana el primer lustro de mi tercer piso.

Muy en el interior sabía que algo andaba mal, pero decidia continuar porque valía la pena. Me encantaban los fines de semana, me sentía como John Travolta en “Fiebre de sábado por la noche”. La neta siempre andaba bien vestido, bien perfumado, con buena presencia y dinero en la cartera. Pero mi alcoholismo era evidente, se me había hecho rutina, no podía parar, a lo mejor ni quería, consideraba que podía controlarlo, a pesar de ser consciente que probablemente no, pero no había mayor problema, nunca tuve un problema grande  más que perder mi celular, perder mi portafolio con  documentos, al igual que mi cartera con todas mis identificaciones  incluyendo mi cédula profesional. En una ocasión desperté en el coche de mi jefe  con los pantalones todos caídos, sin mi chamarra, sin dinero, en quién sabe dónde, pero no pasaba nada.

Lo peor de perder a la gran mayoría de amigos, fue ver evitarme  a dos en especial: mi hermana y mi cuñado; ya no querían salir conmigo por malacopa. Me volví muy arrogante, o quizás ya lo era, pero incremente más ese defecto de carácter.

Mis últimos dos años en esa institución fue mi acabose, aunque no auguraba un final así

Entré a otra área, con nueva jefa y nuevos compañeros. Enseguida le eché el ojo a una compañera enfermera desde el primer día. Me pareció bonita aunque muy desaliñada, muy fodonga, pero tenía una sonrisa muy dulce, lucía una personalidad carismática,  muy sexy ella, desgraciadamente era casada; no obstante, nos valió madre a los dos, y al poco rato comenzamos a andar, a tener sexo como bonobos.

Cuando empezamos a tener una relación  si se le puede llamar así, la conocí de la peor manera, “borracho”. Es más, ni recuerdo haber tenido relaciones sexuales con ella. Ese día bebí tanto que realmente tenía una laguna mental sumamente cabrona. Al otro día amanecí en mi nuevo departamento, ya que el día anterior ella me ayudó a hacer mi mudanza. Como muchas ocasiones amanecí sin mi celular, sin casi dinero, con lagunas mentales y una ansiedad cabronsísima, como ya era costumbre cuando tomaba demasiado. Ese día me la curé camino a la casa de mi padre (donde vivía yo antes).

Cargaba  mi maleta con ropa sucia para que se la lavaran al bebé, y tener ropa limpia que ponerme toda la semana, pues trabajaba en el Estado de México. Me la curé con una pachita de Don Pedro. Conecté tan rápido, tan severamente la peda, que no sé cómo llegué a  casa de mi padre, marcando el reloj las diez de la mañana, sin mi maleta con ropa, sin mi portafolio, con unos cuantos pesos en la mano. La cruda moral me duro varios días, tenía una pena desorbitante, no quería que llegara el lunes, para no tener que enfrentar las consecuencias de mi loquera con esa compañera, con quien sin saberlo acababa de comenzar una relación que no tendría un final feliz. De verdad esa relación me gustó mucho, aprendí muchas cosas, no me arrepiento de nada, sin embargo una persona carente como yo, se autoengañó al creer que una mujer casada, algún día dejaría su matrimonio, para vivir  con su amante una vida de telenovela. Pero no fue así ¿verdad?

Ya no tomaba entre semana, más que algunas ocasiones que no acababan muy bien. Pero ahora mis pedas los fines de semana eran terribles, ya las disfrutaba muy poco, sólo una parte de ellas, de la otra gran parte ni siquiera me acordaba. Sabía con más certeza cada vez  que era un alcohólico, que eso nunca cambiaría  pero  me resistía, no encontraba una salida, no encontraba mayor placer más que embriagarme los fines de semana. A pesar de todo, yo era muy puntual con mi trabajo, nunca faltaba más que como tres veces al año (en esos dos años). Sin embargo mi carácter se obscureció, me volví menos tolerante, tuve problemas laborales porque como buen alcohólico, no estaba acostumbrado a que nadie me dijera nada. No era grosero ni ofensivo, pero si manifestaba mi incomodidad, mi intolerancia laboral de  forma  notable.

trabajador_y_borracho
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