En los últimos años, Bunbury fantaseaba con la idea de girar menos y grabar más. Empezó en esta profesión con dieciocho años. Desde entonces habrá realizado unos mil quinientos conciertos en más del treinta países, entre Europa, Latinoamérica, Estados Unidos, España y Japón. Para él esto no es cuestión de alardear, sino de señalar un interés decreciente por los shows en vivo. No porque no le gusten, sino porque quizás le llegó la hora de pasar menos tiempo en la carretera y reorganizar sus prioridades.
Eso pensaba para sus adentros cuando estalló en nuestras narices el 2020, y la prevista y anunciada gira de su último álbum (Posible), publicado en Mayo, se fue al traste. En una conversación con su manager, amigo y confidente, Nacho Royo, le propuso que, si no podían girar, podría considerar entrar al estudio de grabación. Y, el cielo que parecía cubierto de nubarrones dispuestos a descargar tormenta eléctrica de rayos y centellas, se abrió de par en par, con querubines tocando arpas y flautas de pan.
«Ten cuidado con lo que deseas, que se puede hacer realidad», dicen que dijo Chaplin. En principio, la propuesta era publicar un EP de cuatro canciones, pero, en su cabeza, la posibilidad de grabar un nuevo álbum le pareció infinitamente más jugosa. Desde que en noviembre de 2019 terminó las mezclas de Posible, había empezado a escribir nuevo material. Una vez los obligaron a permanecer en casa a partir de Marzo, las canciones brotaban con fluidez y motivos.
Así, nació Curso De Levitación Intensivo. Como una respuesta a un momento vital. Un disco distinto y urgente, grabado con los instrumentos de siempre e infinita paciencia. Incluso las pocas canciones que son anteriores a la reclusión, resuenan en el oyente como si estuvieran escritas y nos hablaran del ahora mismo. La labor creativa del artista, piensa Bunbury, es reflejar el momento que le toca vivir, personal o socialmente. Éste es su tiempo y la música que le corresponde escribir y grabar hoy. Estos son los versos que le salen y le importan, porque reflejan este mundo, o al menos lo intentan.
Grabado en La Casa Murada en la provinicia de Tarragona, en España, cuando abrieron el país para el turismo y el veraneo. Mezclado en Honky Tonk Studios en la Ciudad de México, porque en Estados Unidos no dejaban entrar a su técnico de sonido y México siempre es como un oasis en medio del desierto. Juntó a músicos de su banda. Los Santos Inocentes, con otros provenientes del jazz joven y experimental. Quería grabar un disco orgánico, libre, que fluyera como los meandros de un río abriéndose paso entre la maleza. Con Toly Allen (baterista de Fela Kuti) como referente rítmico y con los saxos de The Comet is Coming y su imaginería free jazz y psicodélica, con un pie en el presente y el otro anclado en el conocimiento de los discos grabados con sabiduría y técnica artesanal. El español quería hacer un disco maduro, de músicos como tatuajes descoloridos y cicatrices de mil batallas con sonido del siglo veintiuno o cómo se llame éste en el que estamos.
Tan lejos de Posible como fuera posible, grabado imediatamente después. Pensado para ser escuchado de principio a fin, como se aprecian los discos. «No voy a pensar en quién me va a prestar atención, ni en cómo, ni en dónde, ni cuántos habrá al otro lado de la línea. La música llega a quien tiene que llegar y no hace falta que los números nos avalen. Hacer discos es un honor que nos conceden las musas y la Música. A ella honramos, o eso modestamente pretendemos. Ojalá, de todas formas, estas canciones rocen alguna de tus fibras, y sientas que las canciones te hablan directamente, porque ese fue mi propósito: establecer un diálogo honesto y sensible, con un interlocutor válido»; dice Bunbury.