Uno de los placeres que encuentro cuando me regalan o compro libros usados, a parte del objeto en sí y obviamente leerlos, es encontrar todos esos “tesoros” ocultos entre sus hojas. Recortes, dedicatorias, fotos, boletos de viaje, flores secas, notas… Me gusta leer las frases subrayadas e imaginar cómo es esa persona que lo hizo, ¿porqué justamente esa frase?

Hay personas que lo hacen con marca texto, otras con bolígrafo, algunos sólo ponen un asterisco con lápiz, marcaciones con post-its, incluso he encontrado poemas escritos en las sangrías de las hojas. He llorado con algunos y me pregunto, ¿porqué dejaron ir este libro?, ¿porqué ya no está con su dueño?, ¿porqué no arrancó su poema?, ¿lo habrá copiado antes de deshacerse de el?

También se nota cuando alguien no sólo leyó el libro, sino que lo estudió, aparecen mil anotaciones propias y marcaciones de distintos colores, con flechas que van de un párrafo a otro, cómo mapa del tesoro.

Ante los boletos de viaje de autobús o avión, me gusta mirar la fecha y la hora en que se fueron o regresaron. Imagino bajo qué circunstancias hicieron ese viaje, cómo iban vestidos según el nombre que aparece. ¿Habrán ido a visitar a alguien?, ¿Sería sólo a vacacionar, a trabajar, alguien los esperaría, o llegaron a un hotel?, ¿la habrán pasado bien, habrán conseguido su objetivo?

Los libros, cómo los viajes es algo que me fascina y yo guardo celosamente mis boletos, nunca los he olvidado en ningún libro.

Una vez en un local de libros usados, mientras buscaba textos antiguos de tarot, abrí un volúmen de una enciclopedia y justo en esas hojas había unos billetes. Cómo el dueño estaba parado cerca de mi, él también los vio y adelantándome a qué me los pediría, se los extendí. “Nooooo para nada, son tuyos, tú los encontraste, han estado ahí quién sabe cuánto tiempo y se te aparecieron a ti”, me dijo.

Era un montoncito de billetes de Frankfurt de diferentes denominaciones y dos dólares. Separé los que estaban repetidos y le di la mitad, y un dólar. Ese señor (viejo y amarillento cómo sus libros) y yo, nos despedimos en silencio.

Tiempo después cuando quise regresar a su librería para mostrarle otros tesoros que había encontrado en otros libros, la encontré cerrada con un letrero que decía “se renta”.

Pero hasta la fecha lo recuerdo cada que me encuentro cosas en los libros y me viene la mente “…se te aparecieron a ti”.

Hace unas semanas, alguien me regaló una caja con libros y películas porque esta persona enfrenta sus desapegos cada que se muda de casa y a veces, dice, quisiera mudarse también del mundo.

Estos son sólo algunos de los tesoros que encontré esta vez.